crónica

22.03.2017

Crónicas malagueñas 2017. Lunes y martes

por Andrés Robles

Comienza la semana y aquí seguimos dando el callo. La sección oficial sigue mostrando un nivel aceptable, pese a que hoy la cosa se haya torcido un poco y, sin querer decir que haya habido películas malas, sí que el tedio se ha apoderado del patio de butacas -que me he aburrido como una ostra, vamos-. Pero no anticipemos y comencemos con lo visto ayer.

Lunes

El lunes arrancó de la mano de un grande. Juan Diego no defrauda con su composición de un anciano enfermo de cáncer en No sé decir adiós. Tampoco lo hacen Nathalie Poza y Lola Dueñas, sus hijas en la ficción. El estreno en el largometraje de Lino Escalera se sustenta en las magníficas interpretaciones de los tres, pero también en un guión sólido que dibuja perfectamente los personajes femeninos y sus distintas posiciones frente a la enfermedad paterna, y una buena dirección que huye de la lágrima fácil. Posiblemente sea, hasta ahora, la mejor de las contendientes por la biznaga.


Y del drama pasamos a la comedia -romántica y un pelín machista- de Me estás matando, Susana, film mexicano sobre de un actor de segunda, crápula y mujeriego, que viaja a Estados Unidos en busca de su pareja tras haberse marchado ésta a la francesa. Dirige Roberto Sneider y lo protagonizan Gael García Bernal y Verónica Echegui. Sin otra pretensión que la de entretener, lo consigue con creces gracias, en buena parte, a la estupenda vis cómica de Bernal.

Por último y pinchando en hueso, hemos visto El candidato, obra del intérprete y director uruguayo Daniel Hendler. Mejores intenciones que resultado en esta cinta en la que un grupo de asesores son convocados por un ricachón metido a político para diseñar su imagen de campaña. Pese a ser interesante en su retrato de una clase dirigente vacía y más preocupada por la forma que por tener un programa, el film nunca se atreve a llevar la sátira hasta el final como lo hacía por ejemplo Crónicas diplomáticas (Quai d'Orsay. Bertrand Tavernier. Francia, 2013) y acaba tomando unos derroteros en su último tramo que este servidor, 24 horas después, aún no ha asimilado -al parecer tampoco el resto del público, porque en un certamen en el que se aplaude sistemáticamente en cada pase, aquí se podía escuchar el sonido del proyector-.

Martes

La mañana ha tenido un triste nexo común: tanto Brava como La mujer del animal abordan la violencia machista con tonos, eso sí, diametralmente opuestos.

En la primera, Laia Marull interpreta a una mujer cuya vida se trastoca tras ser asaltada y violada, agravando su dolor la culpa de no haber impedido otra agresión a una joven. Dirigida por Roser Aguilar -Lo mejor de mí-, la narración peca de excesiva frialdad y falta de intensidad lo que acaba provocando desconexión por parte del espectador.

Es curioso que, a reglón seguido, la (excesiva) intensidad haya sido la nota dominante en el film colombiano que ya pudo verse en el Festival de La Habana. La mujer del animal es un crudísimo drama basado en hechos reales sobre una mujer obligada a casarse con su agresor. Ha dividido bastante y según a quien pregunten encontrarán defensores acérrimos de su brutalidad y otro buen número, entre los que me incluyo, que consideran ésta innecesaria y gratuita.

Por la tarde le ha tocado el turno a la brasileña Redemoinho, o el reencuentro de dos amigos de la infancia que se enfrentan a los fantasmas del pasado. Ya con unas horas de reposo van aflorando sus virtudes, pero reconozco que su ritmo plúmbeo se me hizo demasiado cuesta arriba y, recién salido del pase, maldije a Xuxa, El Corcovado y todo lo que tuviera que ver con el país sudamericano.

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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