crónica
Concheando. Crónicas desde San Sebastián. Viernes, palmarés y fin de fiesta
por Andrés Robles
Pero en vez de pedir directamente la cabeza de los miembros del jurado por su desconsideración hacia mi persona, déjenme terminar primero el repaso a la semana.
Viernes
Hubo que esperar al último día de concurso para que una cinta le hiciera sombra a Truman en mi lista de preferencias. Les démons (Philippe Lesage. Canadá, 2015) dividió a los presentes con su modo de ahondar en los miedos infantiles y la confrontación de éstos con peligros reales, pero no fuimos pocos los que salimos enamorados de esta hija bastarda de Haneke y la consideramos desde ese momento firme candidata a un premio gordo del que finalmente no se ha llevado ni la pedrea.
También parece que convenció -y no me pregunten por qué- Un dia perfecte per volar (Marc Recha. España, 2015). En palabras del director durante la rueda de prensa posterior a su pase, el film es ?una carta de amor de un padre hacia su hijo?. Reconozco que como tal cumple y es bonita, pero bajo mi punto de vista, la misiva habría quedado redonda si fuese un cortometraje y no un largo de setenta minutos que llega a hacerse cansino -con esa duración. Ya me dirán-.
La encargada de cerrar el cotarro fue London road (Rufus Norris. Reino Unido, 2015), cinta que como más de una lengua twittera y afilada indicó, ha supuesto una clausura a la altura de todo el festival. Basada en un caso real -una serie de asesinatos de prostitutas sucedidos en 2006 en una pequeña comunidad británica-, es un musical que destaca por su originalidad y atrevimiento. El problema es que, ni la música acompaña -de hecho difícilmente se puede hablar de canciones como tal-, ni su desigual ritmo consigue enganchar.
Eso por no hablar de que Tom Hardy no se ha dignado venir a presentarla. Algunos dirán que es porque aparece en dos secuencias contadas, pero yo estoy plenamente convencido de que su equipo de seguridad le ha desaconsejado estar a menos de mil kilómetros de un servidor.
Palmarés y fin de fiesta
Poco sentido tiene que les enumere aquí el palmarés cuando a estas alturas ya lo habrán leído hasta en el boletín dominical de su parroquia, pero aun siendo consciente del nulo interés que puede tener, no me resisto a hacer alguna reflexión personal sobre el mismo. Por cuestiones de tiempo y ganas, me centraré en los galardones concedidos por el jurado de la Sección Oficial, no entrando a valorar los de las paralelas ni los de otras asociaciones y colectivos -muchos de ellos por cierto más cabales que los que comentaré ahora-.
Para empezar hay que agradecer al mencionado jurado la difícil labor de no haber dejado desierto más de un premio. Y es que la sensación general durante toda la semana ha sido la estar ante una de las muestras más discretas de los últimos años. La misma Concha de Oro lo refrenda. Frente a la apuesta de los modernos -la arriesgada y, a mi parecer, fallida High-rise- o la opción de consenso -Truman-, finalmente la presidenta Paprika Steen y sus secuaces se han decantado por Sparrows, una cinta correcta sin más -aquí, como les dije, hablo de oídas- que pasó casi desapercibida, y cuyo éxito ha sido comparado con la pírrica victoria de Pelo malo hace un par de ediciones. Por si les interesa -que no lo creo-, mi predilecta era Les démons.
Tampoco han convencido a nadie ni la elección de Joachim Lafosse como mejor director por su labor en Les chaveliers blancs, film que deja la sensación de que su argumento está muy por encima del resultado final, ni la de los hermanos Larrieu por el guión de 21 nuits avec Pattie, destacable sólo por sus desternillantes monólogos de entrepierna.
Menos polémico ha sido el apartado interpretativo. Sin papeles femeninos de relevancia más allá de los de Freeheld -donde Moore pone el piloto automático y Page se limita a hacer su trabajo- y Sunset song -cuya actriz, Agyness Deyn, sonaba como favorita-, la elección de Yordanka Ariosa por El rey de La Habana no chirría. En cuanto a la Concha de Plata ex aequo para Ricardo Darín y Javier Cámara por Truman, es sencillamente indiscutible. Sus trabajos están tan por encima del resto que, de no haber ganado, habrían tenido ustedes el placer de verme en todas las portadas, quemándome a lo bonzo frente al Kursaal.
Pese a que la película no convenció a casi nadie, todo el mundo coincide en que lo más destacable de Evolution era su fotografía. Parece que el jurado está de acuerdo con ello sólo a medias, dado que, además de premiar ese aspecto frente a los filtros Instagram de High-rise o la teatralidad lumínica de Eva no duerme -mi apuesta personal por considerar que dota a la cinta de un empaque del que ésta realmente carece-, ha tenido a bien otorgarle su Premio Especial -¡y tan especial! Claman algunos-.
Por último, El apóstata ha acabado arañando una Mención igual de Especial que la anterior. Personalmente no me desagradó la obra de Veiroj, pero como ya les dije en su momento, considero que la Sección Oficial le venía enorme. La opinión más común sin embargo es menos generosa, y no son pocos los que opinan que lo máximo a lo que podía aspirar el film era a estar, si las hubiera o hubiese, en las Jornadas Culturales de Motilla del Palancar. De hecho, aunque no lo puedo confirmar, creo que una de mis compañeras de batalla durante esta larga semana aún está encadenada a la lujosa puerta del Hotel María Cristina con una muñequita ensartada de alfileres, sospechosamente parecida a la señora Steen.
Y hasta aquí el repaso. Voy cerrando, que ustedes se querrán ir yendo y a mí no me quedan tonterías por decir. Hasta el año que viene, si mi jefe me deja -que no lo tengo yo muy claro, la verdad- y Rebordinos no empapela todo San Sebastián con mi foto bajo un letrero de ?Se Busca?.
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Andrés Robles
Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".
Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.
Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.
Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.
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