crónica
Concheando. Crónicas desde San Sebastián. Fin de semana
por Andrés Robles
Segundo día de festival y esto comienza a coger cuerpo con las tres primeras películas a concurso de la Sección Oficial.
A las nueve en punto de la mañana -a esas horas empezamos y desde una antes ya está la puerta del cine como la de un Corte Inglés el primer día de rebajas-, un Kursaal repleto asistía a la proyección de la que, sin duda, será una de las cintas españolas de la temporada. El director de En la ciudad o Una pistola en cada mano ha enamorado con Truman (Cesc Gay. España - Argentina, 2015), conmovedora historia de amistad masculina en la que las risas y las lágrimas se intercalan con una naturalidad pasmosa. Un colosal duelo interpretativo entre Ricardo Darín y Javier Cámara cuyo único vencedor es el público.
Tras ella ha venido Sunset song (Terence Davies. Reino Unido - Luxemburgo, 2015), adaptación de la novela de Lewis Grassic Gibbon en la que acompañamos a Chris, una campesina de la Escocia de primeros del siglo XX a la que le pasa absolutamente de todo. Destaca el trabajo de su protagonista, Agyness Deyn, pero por lo demás es demasiado clasicota y suena a vista. Personalmente en ningún momento me ha llegado a interesar - y mira que hay calamidades para escoger-, pero a la luz las reacciones que ha despertado, parece que el problema lo tiene servidor.
La terna la ha completado Evolution (Lucile Hadzihalilovic. Francia - Bélgica - España, 2015), cinta que he acabado perdiéndome pero de la que he escuchado opiniones dispares. En lo que sí parece coincidir todo el mundo es en que la fumada es importante. Habrá que verla.
Yo sin embargo he preferido ser infiel a la primera liga y acercarme a Zabaltegi, la sección más heterogénea del festival en la que cabe casi cualquier cosa. He acertado e In the room (Eric Khoo. Hong Kong - Singapur, 2015) ha sido una grata sorpresa. Diversas historias que se van sucediendo en el tiempo, cuyo único nexo común es el hecho de desarrollarse en la habitación 27 del Hotel Singapura. No todas funcionan igual de bien pero el conjunto es bastante redondo.
Como premio a mi buen olfato he acabado el día con una brocheta de rape en la parte vieja, pero eso otra historia que prometí no contar.
Domingo
Aquí me tienen de nuevo, desharrapado y malherido tras haberme metido donde nadie me llamaba: entre las hordas de fans que atestaban la alfombra roja del Kursaal para ver llegar a Mario Casas. Y sí, el muchacho es mono y tal, y está estupendo como Adanne, ese cantante de pelo frito a mitad de camino entre Bisbal y Chayanne, pero desde luego no compensa el maltrato a mi costilla flotante ni la marca en forma de codo adolescente que me llevo de recuerdo.
En cualquier caso no era él sino "el más grande" por quien me expuse al peligro. Y es que hoy festival debe escribirse con ph de Raphael. De Raphael o de Alphonso, su alter ego maligno en Mi gran noche (Álex de la Iglesia. España, 2015). El divo se ríe de sí mismo como sólo las leyendas saben hacer en esta comedia en torno a la caótica grabación de uno de esos especiales de Fin de Año que tanto le deben a José Luis Moreno. Posiblemente haya más circo en un par de sus minutos que en todo el metraje de Balada triste de trompeta, pero esta vez -y sin que sirva de precedente, por Dios- el histerismo marca de la casa le acaba favoreciendo. De la Iglesia está tan desatadísimo desde el principio que la ida de olla final tan típica de sus últimos trabajos acaba pasando desapercibida.
Otra comedia pero de tono diametralmente opuesto le ha sucedido en el proyector. 21 nuits avec Pattie (Jean-Marie y Arnaud Larrieu. Francia, 2015) pretende alzarse con la Concha de Oro -y en eso debería quedarse, en pretensión- mezclando comedia costumbrista y surrealismo, pero ambos componentes no llegan a casar del todo bien. Localizada en una aldea del suroeste francés, relata los días posteriores a la muerte de una mujer cuyo cadáver desaparece misteriosamente, y sería mucho más redonda si se hubiera conformado con la deliciosa hilaridad de los personajes autóctonos y el choque cultural con la señorita refinada venida de la capital.
El día ha finalizado con Anomalisa (Charlie Kaufman y Duke Johnson. Estados Unidos, 2015), una de las Perlas de este año -esta de las de verdad- que no puede negar ser hija de quien es. El guionista de Cómo ser John Malkovich u ¡Olvídate de mí! vuelve a hablar de conflictos interpersonales y analfabetismo sentimental, usando para la ocasión la técnica Stop Motion en vez de actores reales. Es lo de menos. Uno no tarda ni cinco minutos en olvidar que los de la pantalla son muñequetes y se zambulle en una cinta adulta y absorbente que deja muy buen sabor de boca.
Hasta aquí el fin de semana. Les dejo, que mañana madrugo y mi costilla pide cama.
Andrés Robles
Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".
Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.
Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.
Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.
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