Es curioso que, dentro del revival de los ochenta que estamos viviendo en todos los ámbitos de la cultura desde el año pasado, sea una película española la que haya conseguido rendirle el mejor homenaje a esa década de hombreras y cardados imposibles. Porque Promoción fantasma, la segunda película de Javier Ruiz Caldera, es una deliciosa e inesperada carta de amor al cine americano de los ochenta, a esas historias que se han revelado con el tiempo como la base de la educación cinematográfica de toda una nueva generación de directores que consideran al espectador como el fin único de sus películas.



El espléndido guión de Promoción fantasma, escrito a cuatro manos por Cristóbal Garrido y Adolfo Valor, es una mirada llena de cariño y nostalgia a las películas de instituto que todos los nacidos en los ochenta hemos devorado con ansia en los videoclubs de barrio.

Mezcla de comedia gamberra y sensiblería justa, la película busca sin tapujos y sin coartadas la simpatía del espectador medio, ese que cada vez ve más difícil desplazarse desde su casa a una sala de cine donde el precio de la entrada casi es un robo a mano armada. ¿Lo consigue? De sobra y sin trucos ni artificios. ¿Es eso algo malo? ¿Por qué cierto sector de la crítica de este país tacha como algo negativo el que una película quiera arrastrar al público a los cines?



Javier Ruiz Caldera ha construido una película sincera, hecha desde el respeto a un tipo de cine que solo busca el entretenimiento puro y duro. Los veinteañeros y treinteañeros encontraremos una serie de impagables guiños a clásicos como El club de los cinco, Cazafantasmas, Regreso al futuro, Carrie y demás delicias juveniles con las que hemos crecido a golpe de 'play' en el mando a distancia. Pero todo ello mezclado con una historia original, viva, con ritmo y con un maestro de ceremonias inmejorable, un Raúl Arévalo arrollador y magnético.

Olvidaos de Súper 8, no hay mejor viaje al cine de los ochenta que esta Promoción fantasma que demuestra que aún queda algo de esperanza para el cine español. Poca, no nos vamos a engañar, pero aún tenemos a directores que saben que el espectador es el fin al que debe aspirar toda película.