“Todas las cosas se pudren en mi cabeza”, grita Joseph (Peter Mullan) a un niño de 8 años en Tyrannosaur (Redención, 2011). La fisicidad de esa confesión impregna una cinta en la que la repulsión va transformándose en un sentimiento de empatía y de conmiseración hacia un hombre perdido que ya en la primera escena mata a su perro de una patada. Y ahí es precisamente donde estriba la habilidad de Paddy Considine en su primer largometraje: en colocar al espectador donde él quiere, con la mirada que necesita.

Joseph (Peter Mullan) y Hanna (Olivia Colman) sobreviven cada uno en dos mundos alejados que en esencia son el mismo. Ella es una mujer maltratada, un alarido que se manifiesta en forma de silencio y de plegarias; él, un volcán que no consigue mantener cerradas una grietas que exudan ira a borbotones. Su encuentro se convertirá en un refugio para ambos, en el lugar en el que encontrar la salvación.



Basada en Dog Altogether (2007), un corto anterior de Considine -por su parte, habitual actor secundario del cine inglés (In América, 24 hour party people)- Tyrannosaur ha mantenido un reparto que ha sido merecidamente premiado en Sundance. Soberbios Mullan y Colman, tanto en la tragedia vital (mortal) que llevan a cuestas como en las escasas sonrisas que asoman en la película y que iluminan una pantalla teñida del gris de los bajos fondos.

Una película difícil Tyrannosaur, que atropella al espectador para hacerle sentir desde las entrañas y para que descifre quién es en realidad el tiranosaurio. Y al final, lo que queda, es un estruendo a media voz, una historia de amor: el último recurso de dos seres humanos lanzados al vacío, en caída libre.