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La vida secreta de Walter Mitty
por José Manuel Albelda
Sé que todo cuanto diga a continuación podría ser empleado en mi contra, pero me da igual: La vida secreta de Walter Mitty (Ben Stiller, 2013) me ha gustado. Mucho.
Ya está dicho. Ahora permitan que me explique.
Cuando tuve noticias hace unos meses del remake que se avecinaba de la comedia musical de Norman Z. McLeod (Plumas de caballo, Alicia en el país de las maravillas, Pennies from Heaven) torcí el gesto. La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, Norman Z. McLeod, 1947), originalmente protagonizada por Danny Keye, Virginia Mayo y Boris Karloff, sin ser una película desternillante o inteligentísima como podrían serlo las obras de un Howard Hawks o un Leo McCarey de la década de los 40, siempre tuvo un no se qué que la hacía especial: ahora ya casi nadie lo recuerda, pero hubo un tiempo, a finales de los 70, en que Televisión Española solía programar en la Segunda Cadena La vida secreta de Walter Mitty con cierta regularidad. Qué quieren que les diga: siendo niño, aquella extraña mezcla de fantasía, música y humor, el sugerente juego de universos paralelos reales e imaginados, me parecía fascinante.
Decía antes que me eché a temblar cuando me enteré del remake de Walter Mitty. Siempre me dan escalofríos al ver brotar un remake; debe de ser que estoy bajo de defensas. Es más: creo que si yo hubiese nacido unas cuantas décadas antes, si hubiera tenido cuarenta y tantos tacos en el 1956, también me habrían entrado los siete males al escuchar que el mismísimo Cecil B. DeMille iba a estrenar su propio remake de Los Diez Mandamientos.
Para colmo, en el caso de La vida secreta de Walter Mitty no me tranquilizó saber que esta nueva versión del relato de James Thurber iba a estar protagonizada y dirigida nada menos que por Ben Stiller, director de Zoolander y Reality Bites. Personalmente no tengo nada contra Stiller, como, salvando las distancias, tampoco tengo nada personal contra Jim Carrey, Owen Wilson, Will Ferrell o Jack Black; el problema es que, personalmente, tampoco tengo nada a favor de ninguno de ellos. Yo ?no puedo evitarlo- soy una persona cuajada de prejuicios.
Sin embargo, aunque tenga prejuicios, en ocasiones también tengo instinto. Algo me decía en mi interior que La vida secreta de Walter Mitty podía suponer un interesante cambio de registro en la filmografía de Stiller, tanto en su condición de actor como de cineasta. No me equivocaba.
En primer lugar, lo que yo le agradezco a Stller en La vida secreta de Walter Mitty es que no haya tratado de hacerme reír a toda costa; en ella, la carcajada, si brota, brota de forma espontánea, sutil en todo caso, más bien como sonrisa o como guiño astuto y soterrado. En segundo lugar, lo que también me subyuga de La vida secreta de Walter Mitty es que, siendo una película fantástica sobre un cambio radical que experimenta un hombre gris que podríamos ser cualquiera de nosotros, es un film que no tiene prisa: porque sin ser una película lenta -tiene sus pausas y su flujo de ritmo extensible- su tempo me parece muy conveniente: cuando se agita (momento Eyjafjallajökull, momento skate, momento Space Oddity) es porque tiene que ser así; y cuando se detiene (momento leopardo blanco, momento muesca en el piano) es porque tiene que ser así. Ustedes ya me entenderán cuando la vean.
Me convenció el misterioso juego en plan Rosebud que se trae Stiller con el negativo 25, MacGuffin destinado a ser la última portada en papel de la revista Life, así como la dilación justificada de la aparición (prácticamente al final de la película) del fotógrafo freelance interpretado por Sean Penn. Si leen por ahí algunos análisis de La vida secreta de Walter Mitty de Stiller verán que las críticas coinciden: leerán, por ejemplo: “lo interesante de la película está en su primer tercio; después, naufraga”. O también: “la película transita desde los ensueños a la autoayuda” (en alusión a la simplista evolución psicológica del protagonista). Yo, sintiéndolo mucho, no estoy del todo de acuerdo con esta manera de reducir a clichés de manual la transformación que experimenta un infeliz como Mitty que, es verdad, al principio tiene como única espita vital el recurso a su propia fantasía, pero después experimenta una toma de conciencia tan paulatina como fascinante que le conducirá hacia un realismo imprescindible: el que supone abrazar definitivamente el carpe diem de Horacio.
Todo en tono narrativo y visual muy indie, un pelín marciano, pero sin pasarse de rosca.
Si existe una selección musical memorable a modo de soundtrack creo que es la que Stiller ha realizado en La vida secreta de Walter Mitty: de la épica de un Bowie a la estratosférica fuerza de Arcade Fire, del lirismo rupestre de Rogue Valley a las cataratas etéreas de acordes de Junip y José González... Si toda esta música no hubiera existido antes, La vida secreta de Walter Mitty hubiera sido la ocasión perfecta para componerla.
No quiero que se me olvide: Kristen Wiig, esa chica con la que me cruzo todas las mañanas sin darme cuenta de su existencia, se revela aquí adorable. E imprescindible. Como Sean Penn: pero qué les voy a contar de Penn a estas alturas que ustedes no sepan.
Decía nuestro añorado Eugenio Trías que las obras de arte que verdaderamente lo son únicamente pueden ser definidas y evaluadas comparándolas con otras obras de arte: así debe ser, porque según veía La vida secreta de Walter Mitty yo experimenté relámpagos del mejor Capra, el de Juan Nadie y Horizontes Perdidos, fulguraciones de aquel Lubitsch de El bazar de las sorpresas, y, ¿por qué no? reminiscencias cercanas del Spielberg de La Terminal. ¡Ah! El Mitty de Stiller también me evocó a aquel Jonathan Price del Brazil de Gilliam que volaba como Ícaro en busca de su destino.
Los prejuicios son muy poderosos. El caché también. Por eso, a propósito de haberle citado, creo que si un Terry Gilliam (o un Spike Jonze, lo mismo me da), en lugar de Ben Stiller, hubiera dirigido La vida secreta de Walter Mitty, todo el mundo se habría sentido más a gusto; incluso es probable que las críticas hubieran sido benignas, y hasta pienso que el circuito de la versión original le hubiera abierto las puertas de sus salas a esta cinta durante unas cuantas semanas. No ha sido así y La vida secreta de Walter Mitty se ha estrenado en Navidad, por la puerta grande, en loor y en olor de pop corn. Hice la prueba en la sala de Kinépolis al terminar la proyección y miré hacia atrás: por sus caras en plan océano de rostros no estoy seguro de que el respetable le pillara del todo el punto a esta peli.
Es lo que suele pasar por no tomarse en serio a Ben Stiller.
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La vida secreta de Walter Mitty
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Título original:The secret life of Walter Mitty
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Dirección:The secret life of Walter Mitty
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Año de producción:2013
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Nacionalidad:USA
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Duración:114
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Fecha de estreno en España:2013-12-25
José Manuel Albelda
José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.
Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.
Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.
Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.
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