Avalada por la Palma de Oro y el premio FIPRESCI de la crítica en el pasado festival de Cannes y así como el premio Gran Premio FIPRESCI a la mejor película del año entregado en la gala inaugural de este festival de San Sebastián, aterrizó, no sin la polémica por lo explícito de sus secuencias sexuales, La vida de Adele en un esperadísimo y multitudinario ÚNICO pase en el auditorio Kursaal de la ciudad donostiarra? Y no defraudó.

Dado lo complicado de la hora, las once y media de la noche, un valiente público se enfrentó a tres horas de metraje que Abdellatif Kechiche, su director, reconocido en Francia gracias sus filmes La escurridiza y Cuscús, presentó advirtiendo que en ningún momento se pretendió juzgar a los personajes sino contar el proceso vital y emocional de una chica desde sus 15 años.

Adele, como cualquier otra chica de su edad, vive, crece, sale con chicos, conoce el amor, el sexo y el desamor. Llora y ríe. Pero un día, se encuentra con una chica de pelo azul que le hace replanteárselo todo, enamorarse como antes no lo había hecho y con ello, exponerse ante el juicio de sus familiares, amigos y de sí misma. Y en ese proceso estamos todos los espectadores. Detrás de ese portal, de esa mirilla en la que se convierte la cámara de Kechiche y que nos permite entrar hasta los momentos más íntimos y personales de La vida de Adele, rayando en algunas ocasiones el pudor.


Porque el espectador está cerca, a veces, incluso demasiado, de todo lo que ocurre en La vida de Adele. Y no sólo a la hora de cómo el realizador quiere que veamos su vida, sino en qué momentos de esa vida estamos presentes. El pudor de ver a una chica en sus momentos íntimos de risas, de confesiones, de dolor, de diversión, de amor... El espectador es un ávido voyeur que no pierde detalle.

Adèle Exarchopoulus (Adele) y Lèa Seydox (Emma) componen tanto juntas como por separado dos personajes completos y complejos gracias a una naturalidad muy trabajada que hace que el espectador pueda sentirse identificado con muchas de las experiencias y emociones por las que pasan ambos personajes durante los años por los que transcurre la película.

Y precisamente, el querer abarcar tanto y con tanto detalle, es una de las losas de la cinta. Sus tres horas de duración parecen excesivas para contar ese proceso vital, y más, cuando hacia la mitad de la trama, el guión comienza a no avanzar, a estancarse y repetirse. Y aunque en la última parte de la película retoma el vuelo, sus tres horas pesan mucho y hacen que ya sea demasiado tarde.

En definitiva, para hablar de La vida de Adele no hace falta entrar en el morbo y la polémica de sus secuencias de sexo explícito (que no seamos puritanos, las hay y bastantes) porque la honestidad con la que está contada, hace que sea una de las películas más compactas del año. ¿La mejor? No sé... aún queda mucho cine por venir.