treintaycincomilimetros
Una oferta no tan buena
por Valentín Carrera
Dio con la tecla hace un cuarto de siglo. Casi por casualidad. Y ahí sigue. Todavía recuerdo, recién llegado a Madrid hace un 24 años, que uno de mis paseos más habituales era por la Gran Vía. Cita obligada con los cines (¡Los cines! ¡Qué inmensidad de oferta! Tan lejos de la media docena de películas que tenía a mi disposición en mi anterior ciudad de residencia) y con sus preciosos carteles pintados, tristemente extinguidos, ahora.
En esos mis primeros paseos por la Gran Vía recuerdo que a la altura del número 70 siempre estaba el cartel de Cinema Paradiso, que se proyectaba en el ya desaparecido Cine Pompeya. Llegué a pensar que formaba parte indisoluble de la Gran Vía (el cartel y el cine) pues no había conocido yo esta calle de otra forma. Cuando un par de años después cambiaron el programa tuve la sensación de que algo se había agitado en esta ciudad.
No vi entonces la cinta de Tornatore. La dejé reposar varios años más porque, en mi caso, no hay nada peor que todo el mundo me hable maravillas de algo para que yo me encierre en mi caparazón (¡Cuantas cosas me he perdido o he descubierto tarde por esta manía mía! Ya lo sé. Pero así es). Y cuando la vi, por fin, tuve la misma sensación que viendo una de esas pelis de terror cutre donde los sustos te los da un subidón de música fuera de compás, pero no lo que estás viendo en la pantalla. Efectismo puro y duro. Eso sí, muy bello, muy sentimental, muy sensiblero... Facilón para llegar al corazón por la vía más corta y conseguir lo que busca. Que el público hable bien de él y de su cine. Que le den un par de premios. Meter un par de secuencias en la memoria de todos los que dicen amar el cine. Dar munición a decenas de programas de televisión que parasitan el cine sin remedio (algún día tengo que escribir la tendencia actual de los informativos en España a sobrecargar las noticias con imágenes de películas ¡Cómo si la realidad no fuese suficiente!).
Tal vez por todo ello, nunca me ha interesado demasiado su cine y no he vuelto a ver Cinema Paradiso, no vaya a ser que empeore mi opinión un poco más. Guardo cierto regusto agradable y prefiero no estropearlo. Pero este año me he lanzado a ver su nueva película. Tenía ingredientes como para pensar que había cambiado de registro y cuenta con un protagonista, Geoffrey Rush, que casi siempre me parece interesante aunque demasiadas veces termina por hincharme. Pero casi siempre vuelvo a caer y, en ocasiones, me satisface. Esta es una de ellas.
Está excesivo, como casi siempre. Pero es que el personaje lo demanda. Ese exceso le sienta como un guante (uno de esos guantes que casi no se quita en toda la película, su personaje). Y lo está en el gesto y en el verbo. En las miradas y en los silencios. En la dominación inicial y en la decadencia final.
La mejor oferta descansa íntegramente sobre Rush, para lo bueno y para lo malo. Y vive, única y exclusivamente, de lo que Tornatore le ha dado. Es marca de la casa firmar todos los guiones que rueda (ya sean originales o adaptaciones de novelas de diversos autores italianos). A veces lo hace en compañía. No es éste el caso. Es un guión original. Perdón, es un guión no basado en un texto ajeno, no hay que pasarse. Y lo ha escrito él solo. Y se nota.
El dibujo de situación es poco original, pero resulta creíble. Ese Virgil Oldman puede existir perfectamente. Además, se mueve en un ambiente perfectamente desconocido para la mayoría de los espectadores, así que no podemos saber cuánto hay de realidad, cuánto de falsedad y cuánto de exageración. Conforme vamos entrando en materia vamos teniendo la sensación de que todo lo que nos cuentan es poco creíble. O va decayendo su credibilidad, más bien. Y llega un punto en el que algo hace clic en nuestro cerebro (a mi me pasó) y piensas "no puede ser que todo vaya a ser..."
El joven Robert trata de ponerle ese contrapunto generacional que tanto le gusta a Tornatore. Generacional y clasista, en este caso. Pero no funciona. Entre otras cosas porque no se entiende, ni se explica, ni se cree que alguien tan hermético como Virgil se sincere con Robert sin venir a cuento. Si le viene a cuento a Giuseppe y con eso basta. Le basta a él claro.
La joven Claire es una pescadora nata. Juega con el sedal y la caña desde el principio. Todo el que está en lo orilla se da cuenta. Sólo la pobre trucha, ensimismada en su acuático sobrevivir parece ignorar los tejemanejes que se producen más allá de la superficie. Y claro, termina picando y más. Pero todo pescador que se precie tiene que tener paciencia. Tiene que tener pulso. Tiene que tener experiencia. Y Claire no la tiene. Se nota. Pero da igual. Tornatore sigue a lo suyo. Y lo notamos.
Billy Whistler es de lo mejor de la historia. Claro que se ha enfundado las calzas de siete leguas de Donald Sutherland y así se hace más fácil el camino. Sus apariciones, demasiado pocas, son de lo mejor de la película. Y sus diálogos con Virgil los mejores momentos. El resto son un par de secuencias bien construidas. Un par de escenas cargadas de sentimentalismo. Cierta pulcritud en el rodaje y en la edición. Su gusto por esas músicas demasiado efectistas para mi gusto. Y el uso desmesurado e inapropiado de unas ópticas que no aportan demasiado al relato. A Tornatore le va más la sencillez. Se siente más cómodo.
No es, pues, La mejor oferta, ni de lejos, la mejor oferta. Pero si he de reconocer que es de las que me ha dejado, pese a todo, mejor sabor de boca en los últimos tiempos. Mi exceso de expectativas es sólo culpa mía y no se lo voy a hacer pagar a Tornatore. Pero esta peli es carne de pase rápido por las noches televisivas para caer en los festivos y fines de semana. Da para poco más, pero poco más se puede pedir a estas alturas. La realidad es la que es.
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La mejor oferta
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Título original:La migliore offerta
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Dirección:La migliore offerta
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Año de producción:2013
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Nacionalidad:Italia
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Duración:124
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Fecha de estreno en España:2013-07-05
Valentín Carrera
Desde la República Independiente de El Bierzo me fui a Galicia y he terminado en Madrid. Estudié Periodismo, luego hice Políticas y acabo de terminar un posgrado en Community Manager y Social Media.
Desde hace casi 20 años trabajo en Telemadrid donde empecé de becario y ahora sigo como redactor (entre medias he sido redactor, editor de informativos, redactor jefe y subdirector de informativos y responsable de contenidos para Canal Metro). Me apasiona la tele, el periodismo y la política. Procuro estar al día en nuevas tecnologías, redes sociales y demás.
Hace un par de años que soy vocal de la Junta Directiva de la Academia de Televisión donde he tenido la suerte de participar en la Comisión Organizadora de El Debate de 2011 entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba y de dirigir las 2 últimas ceremonias de entrega de los Premios Iris.
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