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13 de febrero de 2014

La gran estafa americana

por José Manuel Albelda

La gran estafa americana: sí que es oro todo lo que reluce.

Hay fraudes y fraudes. De la misma manera que hay películas sobre fraudes en que los guionistas toman por idiotas a los espectadores (The Grifters, Stephen Frears, 1990), hay películas sobre fraudes en que los guionistas buscan la complicidad del público.

En el caso de La gran estafa americana (American Hustle, 2013, David O. Russell) estamos ante esta segunda tipología de cine y de guionistas: la película no nos propone el típico juego condescendiente de nada es lo que parece. Muy al contrario. Aquí, "o que parece", los contornos de las cosas, la estética, las relaciones, la política, los negocios, conforman una realidad que puede ser tenue o resbaladiza pero que en ningún momento se nos escamotea del todo a los espectadores. Es decir: se nos trata con respeto.

Dicho de otro modo: el propio título de la cinta (hustle=timo, chanchullo, estafa, trapicheo) nos ofrece una clave para que interpretemos lo que vamos a ver a continuación: American hustle. Esto es América, señores. A partir de ahí cualquier cosa es posible. Se podrá objetar que esa es la misma consigna, el propio título, que también ofrecía la antes mencionada Los timadores de Frears, y yo lo rebatiré: lo que en La gran estafa americana es fraude consentido entre el espectador y David O Russell, su director y co-guionista, en Los timadores de Frears era únicamente trile de baja estofa, remedo pobrísimo de los trucos de manual que prodigara aquel excelente y setentero The Sting de George Roy Hill.

Analicemos la secuencia inicial de La gran estafa americana.

El espectador conoce de sobra a Christian Bale. Y David O.Rusell sabe que el espectador conoce de sobra a Christian Bale: sabemos que Bale es uno de los diez tipos más deseados de Hollywood; y sabemos también que es uno de los tipos de Hollywood que tiene mayor capacidad de transformar su propio cuerpo en aquello que el guión requiera, por extremo que sea: desde la delgadez cadavérica de El maquinista de Brian Anderson a la omnipotencia anatómica del los Batman de Nolan pasando por la ambigüedad refinada y maniaca del American Psycho de Mary Harron. Por eso, cuando en los primeros planos de La gran estafa americana observamos como David O. Rusell se recrea en la opulencia lipídica de Bale, de Irving Rosenfeld, y en la fruición con que éste disimula su calvicie mediante la técnica del cruzado mágico, entendemos que se trata más que de un simple guiño, más que de un requerimiento de guión: este pequeño detalle trasciende al propio actor y hasta al propio personaje; alude a la propia esencia de la película, al chanchullo consentido, al sueño americano devenido en timo con permiso del respetable. Él sabe, ya tú sabes, nosotros sabemos...


Por otra parte, me parece soberbia la forma en que David O. Rusell hace confluir las tramas sentimentales, políticas, empresariales, policiacas y delincuenciales en La gran estafa americana: ¿acaso existe alguna parcela de nuestras vidas que no esté profundamente imbricada con el resto? Aquí, en La gran estafa americana, el azar, la causalidad, la voluntad, el deseo, la astucia, la ambición, la venganza y los afectos confluyen y divergen como líneas de ferrocarril condenadas a encontrarse permanentemente.

Decía que todo es fraude consentido en La gran estafa americana. Cuando en la hilarante secuencia de la presentación del jeque aparece De Niro de forma sorpresiva encarnando al “capo di tutti capi”, don Víctor Tellegio, uno no puede más que descubrirse el sombrero y dejarle hacer, a ver por dónde sale. ¿Resonará el Uno de los nuestros o el Casino de Scorsese, o será más bien El padrino II de Coppola? ¿No estaremos, acaso, ante aquel Paul Vitti de trazo grueso de Una terapia peligrosa? Estamos ante todos ellos, claro, y estamos ante ninguno: porque es aparecer De Niro y el espectador no puede por menos que sonreírse por dentro, a la fuerza, y aceptar el trato; se es consciente de que en este hombre imprescindible hay tanto cine entre pecho y espalda, que es imposible que no refuljan ribetes cómicos, todos ellos metacinematográficos, hasta alcanzar ciertas situaciones surrealistas que sólo grandes maestros pueden armar sin incurrir en el ridículo, como por ejemplo demostrara David Lynch a nuestra plena satisfacción en Mullholand Drive.


Hablemos del reparto en que se sustenta la trama. A Bale, como siempre, es imposible ponerle un pero: aunque no hubiera engordado un gramo para la ocasión, la mera existencia de su mirada aceitosa y ambigua justificaría su presencia insustituible en la película. Qué más da que haya engordado 25 quilos por exigencias del guión o que hubiera pasado de currárselo y se hubiera calzado prótesis inflables: lo que convence de él es él mismo; a eso le llamo yo solvencia, y credibilidad. Y esa cualidad se tiene o no se tiene. Por cierto que Jennifer Lawrence, en el papel de su espesa esposa, también la tiene, y no pasa nada por reivindicarlo aunque la chica fuera del plató nos haya salido respondona o improcedente; aquí lo que juzgamos es su eficacia para enfundarse los papeles, no su don de la oportunidad: desde Winter?s bone le sigo la pista, es decir, mucho antes de que diera el pelotazo, y me parece un diamante, como Brit Marling, como Elisabeth Olsen? ¿Las condenamos a todas por haber triunfado antes de los 30 y merecerlo? Respecto a Amy Adams, David O. Russell aquí ha apostado sobre seguro, y ya no podemos seguir haciendo como si no la hubiéramos visto: La duda, En el camino, The fighter y ahora, La gran estafa americana. Como Jessica Chastain, o como Bryce Dallas Howard, mujeres plenas de registros diferentes: imposible imaginar la película e incluso el cine de las primeras décadas del milenio sin ellas. De Bradley Cooper, el cuarto en discordia, qué quieren que les diga: uno duda si existía otra opción mejor. Quizá sí, quizá no. Se le asume y punto.

Fluyen pero que muy bien estos casi 140 minutos de película retro, impecablemente ambientada en cuanto a diseño de producción y musicalizada con precisión elfmaniana, en los que el peligro de spoiler apenas existe. En esto precisamente, en la ausencia de sorpresas y de trampas de tahúr, residen las virtudes de La gran estafa americana. Lo he dicho ya: aquí casi todo es lo que parece y en América quien se engaña a sí mismo es porque quiere. Valiosa y refulgente, como el oro puro.
  • La gran estafa americana

  • Título original:
    American hustle

  • Dirección:
    American hustle

  • Año de producción:
    2013

  • Nacionalidad:
    USA

  • Duración:
    138

  • Género:
    Thriller

  • Fecha de estreno en España:
    2014-01-31

José Manuel Albelda

José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.

Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.

Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.

Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.

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