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El Cosmonauta y su verdad
por José Manuel Albelda
Para mí, que no distingo entre géneros ni etiquetas fílmicas (de tanto usarla, se me ha cansado la mirada con los años), el Cine se divide en dos simples categorías: las películas que son verdad y las que no. Que una película esté a un lado u otro del fiel de la balanza depende exclusivamente de lo que yo considero el resultado final de ésta como obra artística universal, no tanto de sus intenciones, forma, recorrido, presupuesto y nacionalidad.
Es evidente que cada juicio es siempre subjetivo y rebatible, y que ese juicio condena o salva con arbitrariedad de diosecillo griego de medio pelo, pero -y quizá precisamente por la imperfección de su capricho- ese acto crítico de creación o destrucción, ya provenga de los profesionales de la crítica, del público o de otros cineastas, es benigno, aún siendo adverso, porque es el plasma que confiere pulso a las películas y las transforma de meros productos de consumo como las lavadoras, los e-readers o los jabones de mano, provisionales e inertes en cualquier caso, en artefactos vivos, orgánicos.
El cosmonauta (Nicolás Alcalá, 2013) es una película que está viva. Aunque, ateniéndonos a lo que he dicho antes -y para que quede claro-, pienso que ni le resta ni le añade el menor mérito artístico a El cosmonauta el que haya sido producida mediante crowdfounding; entiendo que este detalle es crucial para Alcalá y su equipo pero, desde el punto de vista de esta crítica, esa circunstancia así como los satélites promocionales que rodean a la cinta resultan indiferentes.
No. Lo que me interesa resaltar de El cosmonauta es otra cosa, algo mucho más importante que el hecho de que pueda descargarse en Youtube o que pueda verse gratis a golpe de retweet en la web de su creador: lo que me interesa destacar es lo mismo que destacaría del Solaris de Tarkovski o de La delgada línea roja de Malick si estuviese haciendo una crítica de ellas, y es que está repleta de Verdad.
No recupero estas dos obras de forma gratuita, si bien desconozco qué extensión de territorio emocional ocupan ambas en la intención creadora de Alcalá. Solaris, por su trasfondo existencial, por su misterio, por su tristeza inconsolable, por su ubicación espacio temporal parasoviética, por su rusofilia, y La delgada línea roja, por su pesimismo, por su manejo del tiempo paralelo, por sus movimientos de cámara metafísicos, por su tratamiento de la pasión quebrada por la distancia, me recuerdan a El cosmonauta. Fíjense en que digo que aquellas me recuerdan a ésta, y no al revés. A mí esto me parece muy buena cosa, un buen síntoma, porque una cualidad de El cosmonauta es que por mucho que sea hija de 2013 flota en toda ella un ansia de intemporalidad que, pretendiéndola o no su director, pequeña o grande, la hace, al menos para mí, eterna. Y las obras que adquieren condición de eternidad, como es sabido, se encuentran fuera del tiempo, teoría de cuerdas, multiversos, sin un antes o un después, sin un tuyo, un suyo o un mío, sin un cerca o un lejos.
Stan, Andrei y Yulia. Contemplar este triángulo imposible de El cosmonauta provoca la misma congoja que observar en su tortura a Garcin, Inés y Estelle, los protagonistas del A puerta cerrada de Sartre, (adaptación de Jacqueline Audry, por favor), tan cercanos unos frente a otros pero tan lejanos en su infierno de incomunicación perpetua. Algo así como lo que, en plan ropa de andar por casa, les ocurría a los protagonistas de Frecuency (Gregory Hoblit, 2000), sólo que aquí, en El cosmonauta, en plan transparencias Sofía Coppola mucho más dignas, menos seguras de sí mismas, más sinceras, por tanto.
Escucho a Andrei conversando con la nada en la secuencia del teléfono y veo a Dean Stanton interpelando a la nada en el memorable peepshow del París Texas de Wenders. ¿Se puede hablar por teléfono con la nada? Se puede, y es bien triste.
Duele El cosmonauta, como dolió la tragedia irresoluble de César en el Abre los ojos de Amenábar, películas que se parecen un poco a esos grabados imposibles de Escher de los que es imposible escapar, por la condenada perfección de sus bucles gráciles y eternos.
A otras recientes insólitas óperas primas del fantástico me recuerda El cosmonauta: al Primer de Carruth, al Moon de Duncan Jones... Yo no esperaba tanto de ella, pero mirándola encontré mucho más.
Todo me ha subyugado en El cosmonauta, qué le voy a hacer. ¿Quieren acaso que les mienta?
Que me pareció magnífica la música de Remate no lo voy a negar, que desconocía de la existencia de este músico insospechado, también es cierto, y que no dejaré de seguir su pista desde ahora por muy alto que alce el vuelo...
La mirada de Luis Enrique Carrión, su fotografía, se funde con al mirada de Nicolás Alcalá y ya no distingo una de otra, tal vez sean la misma mirada, la misma cosa, tal vez la dirección artística y la música y las oficinas y el atrezzo y las consolas de mandos y los teléfonos vintage y el vestuario retro y el idioma inglés de la versión original y las naves y los escenarios reales y la luna y los actores principales y los secundarios y el sonido y la cámara deslizándose sean la misma cosa que se funde y se confunde con aquellas brumas de Rusia que recordaría Romano, Mastroianni, en los Ojos negros de Mikhalkov, el día en que muriera.
Es lo que tiene Rusia.
Y para finalizar, el prólogo soberbio de El cosmonauta: a contraluz, jugando con el fuera de foco, y en italiano: los ojos de este hombre inexplicado, en efecto, han explorado el Cosmos. Desde El espejo de Tarkovski y su secuencia inicial con aquel adolescente tartamudo que rompía a hablar gracias a la hipnosis no recordaba un arranque documental o pseudodocumental -que para el caso es lo mismo- tan sugestivo.
¿Quién podría no conmoverse ante un alarde tal de sinceridad?
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El cosmonauta
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Título original:El cosmonauta
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Dirección:El cosmonauta
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Año de producción:2013
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Nacionalidad:España
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Duración:79
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Género:Drama
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Fecha de estreno en España:2013-05-17
José Manuel Albelda
José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.
Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.
Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.
Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.
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