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1 de abril de 2014

Dioses y perros

por Andrés Robles

Cual madres que ven como sus polluelos abandonan el nido, poco a poco vamos asistiendo a la madurez y emancipación de las carpetas colegiales de los otrora galanes televisivos de adolescentes superpoperas - si es que la revistita de marras sigue existiendo, que no está ya uno en edades acordes a tal prensa -. Con permiso de Mario Casas quizá sea Hugo Silva el que con más ahínco lo está intentando y, todo sea dicho, consiguiendo, siendo su composición para Las brujas de Zugarramurdi (España, 2013) la que mejores resultados le ha dado hasta la fecha. El actor vuelve ahora a la carga con Dioses y perros (España, 2014) en la que, pese a su físico, vuelve a olvidar el rol de guaperas para interpretar a un tío convencional con una vida prestada del extrarradio de cualquier ciudad.

El film dirigido por David Marqués - Desechos o En fuera de juego - y presentado a concurso en la sección oficial del Festival de Málaga 2014 donde finalmente no ha logrado hacerse con ningún galardón, nos acerca al universo de Pasca, un antihéroe de barrio, un perdedor que trabaja como sparring y que se siente obligado a cuidar de su hermano parapléjico tras un accidente de coche. Es la suya una condena autoimpuesta que asume con resignación y sin drama, pero no por ello es menos condena. La irrupción de Adela (Megan Montaner), profesora infantil charlatana y optimista, tratará de arrojar algo de luz a su vida gris.


Precisamente es la relación entre Pasca y Adela la que personalmente más me choca de la cinta. No es que esté mal resuelta, y se entiende que el protagonista se agarre a cualquier excusa para iniciar una huida hacia adelante, pero unos escasos tres días parecen insuficientes y precipitados para que alguien como él se líe la manta a la cabeza por mucho que su mayor lastre le dé carta de libertad. Pero del apartado de los debes de la cinta, seguramente el más palmario sea el error de casting cometido con Lucía Álvarez. Cierto es que su personaje no tiene un gran recorrido, pero en nada ayuda la interpretación tan forzada y poco natural de la actriz, a cuya altura sólo está cierta escena con un intento de atraco convertida en sainete gracias también a dos actuaciones paupérrimas.

Mucho más convincente es por el contrario la relación de Pasca con su hermano (Elio González). Es de agradecer esa desmitificación total de la tragedia, esa asunción de la discapacidad desde el humor y las bromas ácidas que - hablo desde la experiencia - hacen cotidiana la enfermedad despojándola de todo tabú y donde nadie es tratado con condescencia. También satisface el personaje de Fonsi (Juan Codina), el amigo alcoholizado que asiste al derrumbe de su vida y que en parte renuncia a todo por el bien de los suyos; y el clímax final, en el que Marqués huye intencionadamente de toda épica. Así, cuando el espectador da por hecho que va a asistir al típico combate agrio destinado al lucimiento de Silva se encuentra con una secuencia que no por consecuente con el film resulta menos sorprendente.

Es muy habitual que la falta de expectativas favorezca a una película. Supongo que precisamente eso es lo que me ha ocurrido con Dioses y perros. No pasará a la Historia y con seguridad la olvidarán al poco de salir del cine, pero debe reconocerse que como cine de consumo cumple con nota.
  • Dioses y perros

  • Título original:
    Dioses y perros

  • Dirección:
    Dioses y perros

  • Año de producción:
    2014

  • Nacionalidad:
    España

  • Duración:
    84

  • Género:
    Drama

  • Fecha de estreno en España:
    2014-03-25

Andrés Robles

Paisano de Lola Flores y Bertín Osborne - ahí es nada -, Andrés Robles nació el año en que Superman alzaba el vuelo en la gran pantalla. Asegura que uno de sus primeros recuerdos de infancia es la visión de una serpiente atravesando el tacón de Marion en el Pozo de las Almas y nunca ha entendido del todo qué le ve la gente a esa galaxia "muy, muy lejana".

Licenciado en Historia del Arte y especializado en Patrimonio y Gestión Cultural - tiene hasta un máster el muchacho -, dedica todas las horas que puede a esa pasión que comenzó en un cine de verano viendo a un arqueólogo con látigo y sombrero. Desde entonces no concibe una existencia sin salas oscuras y celuloide.

Como buen crítico de cine, nunca ha escrito ni dirigido nada, y se limita a destruir el trabajo que otros han realizado con toda su ilusión - a veces hace alguna reseña buena, pero son las menos -.

Habiendo conseguido fama, fortuna y gloria hablando de lo que no sabe en esta santa casa, sus próximos objetivos vitales son tener el pelazo de Carlos Pumares y la mala uva de Carlos Boyero.

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