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La desaparición de Alice Creed
por José Manuel Albelda
El thriller, ese territorio brumoso y sin fronteras que en los últimos años abarca desde las sórdidas certezas del cine negro hasta las ambigüedades de un suspense tan extremo que casi podría lindar con el terror, es un género delicado donde fácilmente se puede incurrir en el ridículo más absoluto cuando un director, un productor, o lo que es peor, un guionista, sucumben a trucos de grand gignol para mantener la atención y resolver la trama. Consagradísimos popes contemporáneos, Ridley Scott (Hannibal), Kenneth Branagh (La huella) o David Fincher (The Game), se han pasado de rosca cuando su maquinaria habitual, excesiva y ruidosa, ha cruzado los umbrales del thriller para adentrarse en él como un elefante en una cacharrería.
Por la misma razón, hemos de señalar que al thriller le sienta bien la sobriedad: Fargo (hermanos Coen), Un plan sencillo (Sam Reimi), o Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet) son el anverso de la moneda: películas contenidas donde sus directores bien podrían haberse dejado arrastrar por una catarata de efectismo autocomplaciente; sin embargo, mantuvieron la cabeza fría y lograron, paradójicamente, mayor eficacia, tanto en la puesta en escena como en la resolución de sus argumentos. Es bien conocida aquella ley artística universal que reza “menos siempre es más”.
Por lo que respecta a la película que nos ocupa, la cinta británica La desaparición de Alice Creed (The Disappearance of Alice Creed, J. Blakeson, 2009), nos encontramos ante un gratificante ejercicio de estilo conciso, sencillo, gratamente claustrofóbico, que hay que incluir dentro del segundo grupo de películas y directores que hemos mencionado antes. La desaparición de Alice Creed, con un reparto minimalista que nos recuerda a aquellos duelos interpretativos básicos que tantas satisfacciones nos dieron durante la década de los sesenta y los setenta (De repente el último verano, ¿Qué fue de Baby Jane?, Sleuth, El asesinato de la hermana George), consigue que recuperemos nuestra fe en el género: sin aspavientos, en un espacio único, con tres escuetos personajes como reparto, la trama se sustenta sobre el delicado andamiaje que supone el secuestro de una joven perteneciente a una familia adinerada y la relación ambivalente que surge con sus secuestradores.
Hablar demasiado de la trama es hacer spoiler de forma canalla, por lo que me limitaré a apuntar que los giros y las sorpresas, que las hay y son abundantes, están inteligentemente dosificados de principio a fin para que la película en sí pueda funcionar, para conferir matices y profundidad a los diferentes personajes, no para epatar en el espectador.
Uno se encuentra con La desaparición de Alice Creed por casualidad, sin saber nada acerca del tal J.Blakeson, su director, y da palmas con las orejas por ese cruce afortunado, porque a lo mejor esta película no es un caso aislado; quizá me alegro tanto porque pinta bien la reciente cantera de ideas procedente del thriller británico; digo esto como quien tiene una especie de corazonada, como quien sigue un rastro que hay que seguir sí o sí, como quien obedece a una intuición que se ha confirmado con The Exam, de Stuart Hazeldine y con las respectivas entregas de la microserie televisiva Black Mirror, prodigio aparentemente más ligado a la ciencia ficción que al noir, pero igualmente inteligente y despiadado. Por último, descubrir la trilogía Red Riding también ha sido como hallar una novela inédita y perdida de Sir Arthur Conan Doyle: un milagro, vamos.
Respecto al reparto de La desaparición de Alice Creed, es impecable, sobre todo por lo que respecta a Eddie Marsan (El secreto de Vera Drake, El ilusionista), un actor de rostro irisada con niebla en las pupilas que, aún siendo físicamente muy poquita cosa, puede matarte con sólo fruncir el ceño. Ella, Gemma Arterton, ojos de abismo que devuelve la mirada, tiene un gesto lo suficientemente ambiguo como para uno tenga que tomar precauciones: correctísima, intensa, un tanto hostil. Es necesario. Y el tercero, Martin Compston, es, quizá, interpretativamente, la pieza más endeble del puzle, ya que nos parece una especie de Edward Norton al estilo inglés, solo que venido a menos. Pero a lo mejor tenía que ser así para lograr el equilibro.
En cualquier caso, en conjunto, todo funciona como un reloj de precisión, puntual y exacto.
Británica tenía que ser.
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La desaparición de Alice Creed
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Título original:The Disapppearance of Alice Creed
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Dirección:The Disapppearance of Alice Creed
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Año de producción:2009
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Nacionalidad:Reino Unido
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Duración:100
José Manuel Albelda
José Manuel Albelda nació en Madrid en el año del estreno de THX1138, "Muerte en Venecia y La naranja mecánica. Es periodista y está especializado en la dirección de documentales y reportajes de largo formato. Ha presentado y dirigido programas radiofónicos de crítica de cine y disecciona la Historia del Séptimo Arte en decenas de rebanadas dentro del blog La vuelta al cine en diez películas.
Ha impartido cursos y masters en varias universidades de Madrid y actualmente es miembro de la Academia de Televisión. Ha escrito, dirigido y estrenado un par de obras de teatro, El casting y La película de tu vida, y desde 2001 (es casualidad la fecha, coincidente con el nombre de su película favorita) compone bandas sonoras para cortos y cabeceras de televisión. Actualmente está escribiendo una novela titulada El paciente cinéfilo.
Kubrick, Wenders, Tarkovski, Ozu, Kurosawa, Dreyer, Truffaut, Hitchcock, Ford y Lang, le han enseñado a desconfiar de la impostura en el Séptimo Arte y a discriminar la paja del grano.
Ama el sonido de su Fender Stratocaster casi con la misma intensidad que La palabra, Los siete samuráis y La delgada línea roja.
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