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12 hombres sin piedad: del buen teatro al buen cine
por Valentín Carrera
Nunca he sido partidario de ese comentario que dice "es teatro filmado". Un comentario con grandes dosis de crítica que se aplica a determinadas películas para minusvalorarlas. Me parece que minusvaloran determinadas cualidades de cintas que demuestran gran creatividad y que terminan convirtiendo la película en digna de verse. A nadie se le ocurriría criticar a una novela por incluir diálogos. Un recurso más propio de las obras de teatro. Y a nadie se le ocurriría menospreciar las colecciones de libros de teatro.
De hecho, somos muchos los que hemos aprendido a disfrutar del teatro leyendo las obras en papel. Glorioso ejemplo es el de la Colección de Teatro de la Editorial Escelier. Recuerdo los buenos ratos que pasé en mi adolescencia con la cantidad de obras que tenía mi madre en casa. Y recuerdo como, en mis primeros años en Madrid, acudía a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión para rescatar algunos de esos títulos para mi propia colección.
Viene a cuento esta digresión porque he estado revisando una de las películas que más me gustan y que es fiel reflejo de esto que estoy diciendo. 12 hombres sin piedad no sólo es un magistral ejemplo de obra de teatro trasladada a la gran pantalla con valores propios del cine. Es también uno de los debuts tras las cámaras más logrados de la historia del séptimo arte. El protagonizado por el gran Sidney Lumet en 1957.
Aquel año, como para reafirmar lo que estoy diciendo, fue nominada a los Oscar como mejor película, mejor director y mejor guión adaptado. Bien es cierto que no se llevó ningún premio. Sí se llevó el Oso de Oro y repitió nominaciones en los Globos de Oro. En este último caso, se añadieron las nominaciones al mejor actor y al mejor actor de reparto. Ahí está el tercer gran pilar de esta cinta, en el reparto. Los otros dos son el guión y la dirección.
No creo que haya otra película en la que se haya juntado tanto talento delante de las cámaras. Sólo enumerar los 12 hombres sin piedad genera respeto, hasta entre los más escépticos. Henry Fonda, Lee J. Cobb, E. G. Marshall, Jack Warden, Ed Bergley, Martin Balsam, John Fiedler, Robert Webber, Jack Klugman, Edward Binns, Joseph Sweeney Y George Voskovec forman un todo incontestable. Casi tanto como los 12 que protagonizaron la versión que hizo en España RTVE en su Estudio 1 del año 1973. Aquellos que se pusieron a las órdenes de Gustavo Pérez Puig fueron Jesús Puente, Pedro Osinaga, José Bódalo, Luis Prendes, Manuel Alejandre, Antonio Casal, Sancho Gracia, José María Rodero, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso. Nada que envidiar al clásico de Lumet.
Revisando ambas grabaciones está claro que hay diferencias. El blanco y negro de la española adolece de las deficiencias de la televisión de entonces. Al menos en España. Se ve lavado, poco contrastado. Con menos carga dramática. El que logró Boris Kaufman es soberbio. No hay ningún pero que ponerle. La gama de grises es inmensa. No sólo para distinguir la vestimenta de todos los allí reunidos. Impresionante el trabajo de vestuario que pasa perfectamente desapercibido pero que es fundamental en la historia. Desde el primer minuto quedamos hipnotizados por el traje blanco crudo de lino que porta Henry Fonda. Ahí ya sabemos que está la clave del asunto.
Reginald Rose adapta su propia obra con un éxito poco frecuente. Y es que casi ni la toca ni la estropea. Es más, logra sacarle algún valor añadido al uso de las imágenes. Claro está que ahí cuenta con la colaboración de Sidney Lumet que busca ubicaciones casi imposibles para colocar la cámara en una habitación que es realmente pequeña. Si Alfred Hitchcock había utilizado otra obra de teatro para uno de sus experimentos cinematográficos en La soga (realizando una falsa única toma para una cinta de algo menos de 90 minutos), Lumet agranda los espacios hasta lograr que tengamos la sensación de que nos movemos en múltiples localizaciones (está todo rodado en los juzgados del Condado de Nueva York, en la calle 60). Sólo cuando revisamos la película varias veces, nos damos cuenta de la habilidad para colocar la cámara y multiplicar los encuadres, los tamaños de plano y las coreografías de los personajes.
Atención a este último aspecto porque es digno de revisar. La cámara empieza haciendo el papel de solista del ballet recorriendo la mesa para conocer el resultado de la primera votación. Todos los protagonistas están sentados después de que hayamos visto, en un plano general y cenital, como entran y ocupan sus lugares. A partir de ahí, y con los 12 todavía sentados, empezamos a ver como se incorporan a la danza con una cadencia perfectamente estudiada. Como si estuviéramos ante una revisitación del Bolero de Ravel, sin acabar un compás se inicia otro en el que los personajes se van levantando y moviéndose por la sala. Comienzan a interactuar. Antes, hemos visto cómo entran en juego sus manos, sus caras, sus gestos. Terminaremos conociéndolos a todos, perfectamente, por sus tics.
Eso es cine y del bueno. Por eso esta película merece estar entre las mejores de la historia. Es teatro, sí, pero hay una labor cinematográfica enorme. Todo está pensado para que vayamos conociendo a los personajes. Y para que lo hagamos con el plano o el movimiento más adecuados. Todo está pensado y planificado desde el punto de vista cinematográfico. Se acabaron los prejuicios.
Luego están los diálogos. Eso sí arraiga en el mejor teatro. El in crescendo dramático está perfectamente modulado. Las escenas, perfectamente repartidas, la intensidad dramática lograda hasta el resoplido final del jurado 3. Cada uno de ellos tiene su escena. Cada uno tiene su particular historia que aflora en el momento en el que tiene que hacerlo. Incluso el clima y el paso del tiempo tienen su valor y su papel en el desarrollo de un drama que termina teniendo mucho de comedia.
Incluso la música subraya con discreción pero con efectividad lo que tiene que subrayar. Kenyon Hopkins demuestra que no hay trabajo pequeño sino trabajos mal hechos.
Si después de todo lo dicho no te han entrado ganas de ver esta película y de ver la versión televisiva de Gustavo Pérez Puig es que no te gusta, de verdad, el cine. Yo te recomiendo que veas las dos. El orden es indistinto. Pero el goce será idéntico. Y te recomiendo que no las veas sólo una vez, sino varias. En cada pasada, encontrarás cosas nuevas. Y sólo cuando las hayas visto varias veces, empezarás a darte cuenta de que estamos ante una obra de teatro magistralmente llevada al cine.
Pero ésa, es otra historia.
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12 hombres sin piedad
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Título original:12 Angry Man
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Dirección:12 Angry Man
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Año de producción:1957
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Nacionalidad:USA
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Duración:95
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Género:Drama
Valentín Carrera
Desde la República Independiente de El Bierzo me fui a Galicia y he terminado en Madrid. Estudié Periodismo, luego hice Políticas y acabo de terminar un posgrado en Community Manager y Social Media.
Desde hace casi 20 años trabajo en Telemadrid donde empecé de becario y ahora sigo como redactor (entre medias he sido redactor, editor de informativos, redactor jefe y subdirector de informativos y responsable de contenidos para Canal Metro). Me apasiona la tele, el periodismo y la política. Procuro estar al día en nuevas tecnologías, redes sociales y demás.
Hace un par de años que soy vocal de la Junta Directiva de la Academia de Televisión donde he tenido la suerte de participar en la Comisión Organizadora de El Debate de 2011 entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba y de dirigir las 2 últimas ceremonias de entrega de los Premios Iris.
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