crónica
Un viaje algo atípico a Santiago de Chile
por Luis Cintora
4 de la mañana. Amanezco en el aeropuerto de Santiago de Chile. Por momentos, me pregunto: ¿qué es lo que me trae hasta aquí? En la cola de entrada, dudo a la hora de rellenar el formulario de inmigración. En la casilla "motivo del viaje" busco la opción "presentar un documental sobre Sendero Luminoso en la cárcel de Santiago". Pero evidentemente esa casilla no existe. Y además algo me dice que si indico ese motivo me denegarán la entrada al país.
Pero lo cierto es que ése es el verdadero motivo que me trae a Chile. Presentar Las huellas del sendero en el Penal Santiago 1 dentro de la programación oficial del FECISO, el Festival de Cine Social y Antisocial que se celebra a inicios de diciembre. Por otra parte, asistiré al Festival Cine//B, donde Las huellas también ha sido seleccionado dentro de la sección Memoria.
Me alojo en Yungay, el barrio más artístico y bohemio de Santiago. Nada más llegar a su plaza, me da la bienvenida un desafiante rostro mapuche pintado en una de sus esquinas. El estilo es inconfundible: mi amigo -y entrevistado en el documental- Ólfer Leonardo, que sigue dejando su particular huella por los muros de toda Sudamérica (http://olferleonardo.blogspot.com) y con quien planeo encontrarme estos días.
En este barrio se encuentra también el Museo de la Memoria y Derechos Humanos, que es donde se proyecta mañana Las huellas. Me acerco a visitar el Museo y de paso ver El eco del dolor de mucha gente, un documental sobre el conflicto armado en Guatemala.
Por mucho que trate de escapar de la temática del conflicto armado, no lo consigo. Y para cuando salgo del museo me siento aplastado. Mi cabeza es una olla a presión donde se entremezclan imágenes e historias del conflicto de Guatemala, de Perú, de la guerra civil, de la dictadura chilena... Son historias únicas y a la vez universales. Da igual dónde o cuándo sucedan, la barbarie y el absurdo del conflicto se repiten incesantemente en la historia. El diabólico eterno retorno de Nietzsche no perdona.
Al día siguiente le llega el turno a Las huellas del sendero. A la salida de la proyección varios de los asistentes se acercan a mí y se presentan. Pertenecen a la Base Chile del MOVADEF, el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales que aboga por llegar a una reconciliación nacional en Perú y dar una solución política a los problemas sociales generados por el conflicto. Son muchos los que ven en este movimiento al brazo político de lo que fue Sendero Luminoso y actualmente el gobierno peruano está tratando de ilegalizarlo por todos los medios. De hecho, si prospera el proyecto de ley del negacionismo que acaban de presentar, el hecho de afirmar que en Perú hubo una guerra y no terrorismo y defender una amnistía podrá ser castigado con hasta 8 años de cárcel.
Mis interlocutores son exiliados políticos, excombatientes del conflicto armado. Uno de ellos lleva un parche sobre un ojo, evidente cicatriz de guerra. Me dicen que tienen varias "observaciones" que hacerme respecto del documental. Como sabía de antemano, hay varios puntos con los que no están muy de acuerdo. Pero tras explicarles el planteamiento del documental -el hecho de que sean los distintos protagonistas y las víctimas del conflicto los que den en primera persona su versión de lo sucedido, su propia "verdad" del conflicto, y que luego sea el espectador el que saque sus propias conclusiones- parecen más convencidos. De hecho, al despedirnos incluso me sugieren que haga un documental únicamente sobre el MOVADEF. La idea no deja de ser atractiva, aunque no tanto la perspectiva de tener que exiliarme de Perú yo también.
Durante los días que siguen se suceden las proyecciones en el Museo de la Memoria. En algunas soy incluso el único espectador en el auditorio. El género documental sigue siendo minoritario, aunque estos días me permiten comprobar el gran nivel de las producciones con las que se codea Las huellas en el festival. Me sorprende sobre todo el acercamiento contemplativo y experimental al conflicto que plantea Tres haikus modernos y el suspense que crea La mirada perdida.
Los días pasan rápido y el lunes Las huellas del sendero inaugura el FECISO. Recuerdo que la primera vez que supe de este festival trabajaba aún en el despacho. Pensé que por su enfoque social y político, aquél sería el festival perfecto al que asistir. Pero en ese momento, la posibilidad me resultaba tan lejana, que si alguien me hubiera dicho que varios meses más tarde presentaría el documental en ese festival nunca le hubiera creído.
Y de repente aquí me encuentro (afortunadamente ya sin traje ni corbata) a las puertas del Penal Santiago 1 y a punto de presentar el documental ante los reclusos. Mientras atravieso el detector de metales y el guardia me pide que deje en consigna todas mis cosas (cámara de fotos, dinero, pasaporte...), se me viene a la mente Celda 211. Me imagino a mi público lleno de amenazantes "Luises Tosares Malamadres" y siento un escalofrío al pensar: ¿y si no salgo de aquí?
La funcionaria de prisiones que nos acompaña me explica que el centro está saturado, que tiene una capacidad para albergar a unos dos mil reclusos, pero que en realidad hay cuatro mil ochocientos. Atravesamos largos pasillos que conducen a puertas cerradas. Luego bordeamos uno de los altos muros externos. Encima del muro se erigen alambradas electrificadas y puestos de vigía. Imposible escapar de aquí, pienso. Sobre todo porque al otro lado hay otra cárcel, ¡y aún más saturada que ésta!
Finalmente, llegamos al pabellón de deporte donde presentaré el documental. Los guardas no se ponen de acuerdo sobre qué módulos de reclusos traer a la proyección, ya que dicen que si mezclan a los reclusos equivocados puede generarse una situación de violencia. Optan por traer a los reclusos más jóvenes. Momentos más tarde llegan en tropel y gritando unos ciento cincuenta chicos. Me sorprende inmediatamente la edad de "mi público". Parecen chicos del instituto que salen a jugar al patio durante el recreo. Me cuesta creer que realmente estén en la cárcel. La funcionaria me cuenta que la mayoría está aquí por delitos de microtráfico de drogas y robo y que en Chile por nada te meten en la cárcel.
Decido tratar de romper el hielo con mi audiencia y bromeo anunciándoles que van a ver una peli porno. Muchos de ellos se revolucionan, y por la cara que ponen los guardas me doy cuenta de que tal vez no haya sido la mejor ocurrencia. Luego se decepcionan al explicarles que en realidad se trata de un documental sobre un conflicto armado. Con todo, tras la proyección, muchos de ellos se acercan para felicitarme, me dan la mano o me abrazan. Deben volver a su módulo. Y yo debo salir de allí.
Llega el momento de regresar a Perú. Estos días en Santiago me han reafirmado en mi convicción de seguir adelante en esta línea. Y en mi cuaderno ya llevo escrito un borrador de lo que, con suerte, se convertirá en un nuevo documental.
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Luis Cintora
El viaje y el contacto con otras culturas lo seducen desde muy temprana edad. Hasta que el placer del viaje por sí solo ya no es suficiente. Surge en él la necesidad de capturar la esencia de las nuevas realidades a las que se enfrenta, darlas a conocer y ayudar a los que sufren en ellas. El documental de corte social se le presenta así como la herramienta perfecta para satisfacer esta necesidad.
En 2010 codirige su primer largometraje documental, Nómadas sobre Ruedas: 100 días en Mongolia y en 2012 dirige Las Huellas del Sendero, una inmersión en la memoria de un pueblo castigado por un conflicto armado. Cierra este proyecto con dos cortometrajes: Los Herederos de Ayacucho y El Expreso Cabanino.
En la actualidad reside en Ayacucho (Perú) donde sigue desempeñando su actividad social y documentalista.
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